¿Sabéis la típica broma adolescente: no me cuentes tu vida, hazte un blog?
Todos sabíamos que esto acabaría pasando. Las notas del móvil no han sido suficiente y aburrir al círculo cercano tampoco era plan. (aunque alguna historieta y dramita se haya comido más de uno).
Quién me iba a decir, habiendo sentido tanto rechazo por la lectura (aún a día de hoy me cuesta mantener el foco en un buen libro) y literatura durante años, que lo disfrutaría tanto y que lo usaría como Autoterapia (discazo de IZAL, por si alguien no lo ha escuchado).
Si me paro a pensarlo, llevo toda una vida escribiendo. Siempre de forma personal, de diario o en pequeñas dosis para letras de canción que nunca termino.
He saltado de emoción, reído y llorado.
Por cada recuerdo, por cada persona* cruzada en el camino, por esas heridas que aún sigo visitando de vez en cuando para no olvidar(las), los buenos y felices momentos compartidos en lugares preciosos a los que puede que nunca vuelva… pero sobretodo, por todo aquello que nunca he sido capaz de decir (a viva voz) cuando debía.
*Personas de paso, cometa (algo fugaz, visto y no visto, lo suficiente para dejar huella), las que han estado toda una vida, las que deciden salir y nuevas que entran (con un poco de suerte con intención de quedarse).
Todas y cada una de ellas, aprendizaje y experiencias por las que volvería a pasar sin dudarlo.
Escribo para no olvidar (aunque a veces desearía hacerlo), relativizarlo todo y verme alejado de mis pensamientos, soltar el peso y caminar ligero, pues todo pasa. Un lugar seguro, vacío de prejuicios o criticas, donde todo coge perspectiva. Una forma de atravesar el duelo, la rabia, las dudas.
Una forma de expresión…
… y de vida.
Foto de Florian Klauer en Unsplash